domingo, 21 de junio de 2009

Conversaciones y lecturas de bar

Ocurre en algunas ocasiones, cuando en las convesaciones de noche de bar, tratas un tema sobre el que acabas de leer un poema esa misma tarde, en otro lugar de servilletas pintadas por mil manos en su barra, con la música de fondo y rodeado de los ruidos de la tranquilidad.

Ocurre cuando lees a Luis García Montero y sus "Deudas de Juego", ocurre cuando somos una conversación.


En algunas palabras, quizás en las mejores,
suele crecer la hierba.
Y yo las imagino
a través de sus largas estaciones de lluvia,
y las conozco,
y no las llamo por su nombre
para que el corazón no pueda traicionarme,
y las veo pensar en el desierto
hasta quedarse secas,
hasta sentir el rastro vergonzoso
de sus enfermedades.
Entonces es la hora. Decido caminar
bajo la luna hospitalaria
que comprende la ley de mi paciencia,
y de la misma forma
que a los ojos se acerca un adjetivo,
acerco una cerilla a las palabras
para que se consuman
y pierdan la maleza,
con preocupada lejanía,
con silencioso resplandor,
igual que las hogueras en la noche.

En otras aventuras
la luz se ha desnudado con modales de niebla
y la fugacidad
ha compuesto en el aire
un cobrador de mano temblorosa
y el recibo de un sueño.
Hay palabras que buscan
el vapor amarillo de los faros
con sus mundos fugaces.
Una luz afilada
con la carretera y la imaginación
para invitarme a perseguirla.
Pero yo me convierto en hotel despoblado
o en bar de algún camino
que cruce las fronteras y los bosques,
y entorno la quietud de una ventana
que se duerme en un lago,
y me siento a esperar
hasta que se apaciguan los motores
y las palabras vuelven a sentirse palabras.
Si frenan en la orilla de un recuerdo,
acompaño a sus faros
por los desvanes de la oscuridad,
freno la lentitud
de lo que vive al fondo del olvido
y, mercader de nieblas,
con razones ecuánimes,
les descubro mi pacto:
yo les entrego un cuerpo donde poder vivir,
ellas le dan un nombre
a las encrucijadas de mi cuerpo.

Suben desde la umbría,
apuran el sentido de los atardeceres
y llegan a la luz por las conversaciones.
Lugar de conjurados, las palabras.
Por eso necesitan una noche de frío
y el reclamo secreto de una voz familiar
para volver a casa.
Quien vigile la calle
descubrirá un balcón iluminado
y dos sombras amigas que se juntan
a discutir sus deudas,
el saldo compartido de lo que se perdió
en un rincón del tiempo
al levantar el as de corazones.

Las deudas de este juego son un reloj de arena,
la cuchilla que rompe una mirada,
la fuente que guardó el cadáver de un pájaro,
los muros del jardín
y el vacío que habita
el interior de las estatuas.

Fue así como los dioses perdieron sus antorchas.

El poeta lo dijo, únicamente somos
una conversación.
Las hogueras, los faros
y la luz de la calle vigilada
preguntan todavía
por sus razones y sus consecuencias.

Una conversación somos nosotros.
Palabras con instinto de ciudad,
palabras encendidas
que dejan en los versos confesiones
de gaviotas nocturnas,
y el calor
de los amantes fatigados
que se abrazan y ruedan lluviosamente unidos
por el umbral del sueño

4 comentarios:

Ander dijo...

el saldo compartido de lo que se perdió
en un rincón del tiempo
al levantar el as de corazones.


pero q grande que es Montero. Gracias por recordármelo, a veces me doy cuenta que la literatura, la poesía en concreto está un poco olvidada en esta nueva profesión, en este nuevo país, nueva gente, costumbres, comidas, horarios, lenguaje... menos mal que se conserva el instinto, ese que cuando lees algo que te gusta, hace que se erice la piel.

Lamas dijo...

Que maravilla!!!!

Anónimo dijo...

Somos una conversación de letras. Excelentes versos.

Un placer leerte.

Marta dijo...

Cuando leo a Luis García Montero,
aparezco en las calles de Granada,
paro un taxi,
escucho a las señoras en las terrazas,
me apoyo en el piano del Bar Andalucía.
Ocurre cuando leo a Luis García Montero,
desde doce mil pies de altura,
con Nueva york al fondo, todavía.

Me gusta mucho este autor, hacía mucho que no le leía.

Gracias :)

Un abrazo