Viajar para aprender, esta es la idea con la que me quedé después de pasar una semana en România. La imagen que quizás tenía de ese país es lo más distante a la realidad de lo que me encontré. Sólo un detalle, a los autobuses se entraba por la puerta de atrás y todo el mundo pagaba el billete, aquí no pagaría ni el Tato.
En esta ocasión disfruté de la compañía de mi novia, de Inma y de Marta. La primera ciudad que visitamos fue Bucureşti. Destacar el descomunal palacio del parlamento, mandado construir por Nicolae Ceauşescu – del que no ví ni un resto en todo el páis, igual que en España con los restos franquistas vamos, eso sin contar los 113.000 cadáveres que quedan en las cunetas- y los edificios situados por ese barrio, queriendo dar un aspecto de ciudad imperial o algo similar. Pero sobre todo vi perros, muchos perros, creo que no vi tanto junto en mi vida.
La segunda fue Constanţa, que por problemas de logística, casi no pudimos disfrutar. Autobús y a Tulcea, ciudad situada en el Delta del Danubio, que después de 2.888 km desemboca en el Mar Negro. Barco turístico y a recorrer el Delta, declarado Patrimonio de la Humanidad por la diversidad de plantas y animales.
El tercer día vimos Ploieşti. Ciudad principalmente industrial y con un centro que merece la pena visitar. Aquí comimos comida típica rumana, es decir, carne de cerdo, queso y patatas. Nada más acabar de comer, taxi – es la forma más recomendable de recorrer el país, son muy baratos – y a Sinaia, cuyo castillo es Patrimonio de la Humanidad. Visita y al campamento base, es decir, Braşov. Una ciudad con un encanto especial y la quinta en importancia de páis. Me sorprendió ver maceteros con lúpulo en su plaza mayor para promocionar este cultivo, a ver si aprendemos los leones a hacer cosas de estas, que falta nos hace.
Al día siguiente Brant, a ver el “Castillo de Vlad Dracul”. No fue este su castillo, ni era un vampiro, pero el señor Bram Stoker lo hizo muy bien y esta ciudad es conocida en todo el mundo. De vuelta a Braşov paramos a ver la ciudadela de Râşnov, desde la que tenemos una vista de los Cárpatos espectacular. Ya en el campamento base, a disfrutar de unas buenas Ursus, que gran cerveza madre mía. Cenamos en un italiano – România está plagado de restaurantes italianos – y a dormir.
El viernes – día de mi cumpleaños, 31 me cayeron - visitamos Sighişoara, ciudad en la que nació Vlad Dracul. La verdad, me esperaba más de esta ciudad. El pueblo siguiente fue Biertan, cuyo monasterio fue declarado Patrimonio de la Humanidad. Siguiente destino Sibiu. Gran ciudad, con unas buhardillas en forma de ojo muy curiosas, catedral, plazas muy bonitas… A media tarde vuelta a Braşov, en un viaje en taxi que es lo más parecido a un rally que viví en mi vida. Cena en un restaurante de comida rumana, muy elegante, con una comida abundante y de calidad y no pagamos más de 12 € (50 Lei, moneda rumana) por persona.
El último día subimos al teleférico de Braşov, comida en un italiano y al aeropuerto, previo paso por Sinia, ciudad que nos quedaba de camino y merecía la pena ver por segunda vez.
En definitiva, un páis espectacular, con grandes ciudades, mar, montaña, monasterios, gente muy educada y amable, eso sí, siempre dejaban claro que lo típico de România no eran los gitanos, es más, me pareció ver cierto rechazo hacía esta etnia. Lo dicho, no hay como viajar para conocer y ver, que quizás las ideas preconcebidas, distan mucho de la realidad.
http://issuu.com/fanzinecreatura
Un saludo y nos vemos en la siguiente.
En esta ocasión disfruté de la compañía de mi novia, de Inma y de Marta. La primera ciudad que visitamos fue Bucureşti. Destacar el descomunal palacio del parlamento, mandado construir por Nicolae Ceauşescu – del que no ví ni un resto en todo el páis, igual que en España con los restos franquistas vamos, eso sin contar los 113.000 cadáveres que quedan en las cunetas- y los edificios situados por ese barrio, queriendo dar un aspecto de ciudad imperial o algo similar. Pero sobre todo vi perros, muchos perros, creo que no vi tanto junto en mi vida.
La segunda fue Constanţa, que por problemas de logística, casi no pudimos disfrutar. Autobús y a Tulcea, ciudad situada en el Delta del Danubio, que después de 2.888 km desemboca en el Mar Negro. Barco turístico y a recorrer el Delta, declarado Patrimonio de la Humanidad por la diversidad de plantas y animales.
El tercer día vimos Ploieşti. Ciudad principalmente industrial y con un centro que merece la pena visitar. Aquí comimos comida típica rumana, es decir, carne de cerdo, queso y patatas. Nada más acabar de comer, taxi – es la forma más recomendable de recorrer el país, son muy baratos – y a Sinaia, cuyo castillo es Patrimonio de la Humanidad. Visita y al campamento base, es decir, Braşov. Una ciudad con un encanto especial y la quinta en importancia de páis. Me sorprendió ver maceteros con lúpulo en su plaza mayor para promocionar este cultivo, a ver si aprendemos los leones a hacer cosas de estas, que falta nos hace.
Al día siguiente Brant, a ver el “Castillo de Vlad Dracul”. No fue este su castillo, ni era un vampiro, pero el señor Bram Stoker lo hizo muy bien y esta ciudad es conocida en todo el mundo. De vuelta a Braşov paramos a ver la ciudadela de Râşnov, desde la que tenemos una vista de los Cárpatos espectacular. Ya en el campamento base, a disfrutar de unas buenas Ursus, que gran cerveza madre mía. Cenamos en un italiano – România está plagado de restaurantes italianos – y a dormir.
El viernes – día de mi cumpleaños, 31 me cayeron - visitamos Sighişoara, ciudad en la que nació Vlad Dracul. La verdad, me esperaba más de esta ciudad. El pueblo siguiente fue Biertan, cuyo monasterio fue declarado Patrimonio de la Humanidad. Siguiente destino Sibiu. Gran ciudad, con unas buhardillas en forma de ojo muy curiosas, catedral, plazas muy bonitas… A media tarde vuelta a Braşov, en un viaje en taxi que es lo más parecido a un rally que viví en mi vida. Cena en un restaurante de comida rumana, muy elegante, con una comida abundante y de calidad y no pagamos más de 12 € (50 Lei, moneda rumana) por persona.
El último día subimos al teleférico de Braşov, comida en un italiano y al aeropuerto, previo paso por Sinia, ciudad que nos quedaba de camino y merecía la pena ver por segunda vez.
En definitiva, un páis espectacular, con grandes ciudades, mar, montaña, monasterios, gente muy educada y amable, eso sí, siempre dejaban claro que lo típico de România no eran los gitanos, es más, me pareció ver cierto rechazo hacía esta etnia. Lo dicho, no hay como viajar para conocer y ver, que quizás las ideas preconcebidas, distan mucho de la realidad.
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Un saludo y nos vemos en la siguiente.
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