Una mañana, digamos que de Febrero,
decidí estar conmigo a solas.
Subí a un tren, hacia la montaña, supongamos que cualquiera.
Llegué y comencé a caminar, necesitaba esa paz.
Mientras subía a ese pico me vinieron a la cabeza esas cosas,
que a veces no tenemos presentes,
pero que, gracias a momentos como esos,
hacen que la vida alcance el cenit,
el resto del tiempo,
preferimos navegar por lianas que nos llevan a ninguna parte.
Recordé como mi padre, un día se sentó a mi lado en el sofá,
sacó un libro y me enseño un párrafo, venía a decir algo así,
como que la gente que amasa fortunas, cuando quiere disfrutar,
lo hace en la naturaleza,
en viajes a playas remotas,
a montañas lejanas,
a valles perdidos...
y eso, Abel, nosotros lo tenemos gratis; ellos, también.
Finalizó diciendo esa regla fundamental,
con cara risueña y mente curtida,
se los ha dado la vida del campo,
de sol a sol, y de este, a luna.
Son de esas lecciones, que se quedan grabadas a fuego,
en piedra,
y tu única forma de corresponder es simple, gracias.
Llegando a la cima, recordé una charla, una de esas,
de la noche, que bañadas con cerveza, te envuelven,
sintiendo como las palabras te rodean, y tú,
las lees, mientras otras, las escribes al viento.
Una chica, un pequeño duende, me dijo,
hablando sobre la complejidad de la vida,
que algo le había inculcado su abuelo.
Mira niña, con una sonrisa en la cara,
un bocata en una mano
y cinco eurillos en la otra,
tenemos todo cubierto, el resto, es superfluo.
Quitando esos pilares, lo ajeno a ellos,
déjalo correr, que muera en el mar.
Si abrimos ese grifo, si sentimos esa ansiedad,
estamos perdidos, en su selva, la artificial.
Una vez que llegué a arriba,
donde las cosas se ven más claras,
vi los pueblecillos y la ciudad.
Recordé de donde vengo, las raíces,
esas que nunca nos debemos sesgar.
De cómo jugábamos en los caminos de tierra,
lo que disfrutábamos en el rio y de las manzanas robadas,
de la sencillez de la vida, de eso, de la naturaleza.
De cómo había pasado uno de mis días más intensos,
con eso que tenía ella, un bocata, cinco eurillos y la sonrisa.
Abel Aparicio González - 2009
2 comentarios:
Un post conmovedor. Gracias por compartirlo, Abel.
Un placer que se pase y un placer para mis ojos pasarme, no pierda el hilo de escribir como lo he perdido yo estos días; espero volver. Un beso.
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