lunes, 3 de mayo de 2010

Palabras en la nieve [Un filandón]

Hace un ratín acabé de leer el libro "Palabras en la nieve [Un filandón]" , libro de cuentos escritos por Juan Pedro Aparicio, Luis Mateo Díez y Jose María Merino.

Me ha parecido un buen libro, aquí os dejo un relato de Luís Mateo Díez, titulado "El chopo".

DICEN QUE EN CARVA fue un viajero, en Villamida un vagabundo y en Antil un mendigo. Más o menos en los tres sitios sucedió lo mismo y hasta podría pensarse que el viajero, el vagabundo y el mendigo se parecían más de la cuenta.

La verdad es que si se piensa un momento es fácil sacar la conclusión de que un viajero muy bien puede con el tiempo hacerse vagabundo y acabar de mendigo. Es como un destino más o menos absurdo o degradado, pero en los tres casos se va por la vida, se anda por el mundo y, al fin, se requiere la subsistencia de puerta en puerta.

Nadie recuerda cómo se llamaban, casi ni siquiera cómo eran. El que va y viene pierde la identidad en el camino o, mejor, sólo en él la alcanza.

Un viajero trae la maleta como contraseña. Dicen que bajó del coche de línea y llamó en la primera casa de Carva. Le abrió una chica joven que se llamaba Cericia y estaba recién casada. Al día siguiente se fue el marido de Cericia y, cuando en el pueblo se percataron, el viajero se había convertido en el hombre de aquella casa. Eso duró unos meses. Volvió el marido, se fue el viajero.

Un vagabundo trae las manos en los bolsillos y una colilla en los labios. Llamó a la puerta de la última casa de Villamida. Le abrió una niña vestida de luto. La niña vivía con su madre, que era una viuda joven que se llamaba Amarila. Sustituyó al marido muerto y por unos meses hizo de padre de aquella niña triste. El día que se fue lloraban la madre y la hija.

Un mendigo trae a la espalda el zurrón con los cuatro mendrugos de las limosnas. Se sentó en el poyo a la entrada de una alquería de Antil, y cuando la hija mayor de la casa, que se llamaba Oreda, le dijo que pasara si quería calentarse, dejó el zurrón y obedeció. Los padres de Oreda aceptaron al mendigo como si fuera su yerno y las hermanas lo consideraron su cuñado. Cuando murieron los padres y se casaron las hermanas, Oreda y el mendigo quedaron solos y dueños de la alquería. Para entonces va tenían tres hijos. El mendigo desapareció una mañana de abril, cuando los hijos ya estaban criados.

En los tres casos, el viajero, el vagabundo y el mendigo hicieron lo mismo todos los días después de comer. Salían de casa, se acercaban al chopo más cercano, se sentaban apoyando en el tronco, fumaban un cigarro y suspiraban satisfechos.

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