domingo, 30 de enero de 2011

Ángel Petisme: Cinta transportadora


MAPA DE BESOS


Los besos en Zaragoza saben a quinto de Ámbar,
a coliflor de la papelera de Montañana
y al lápiz de labios de esa madame teñida
que regenta el Linares, un bar por San Vicente de Paúl.
La gramola a 50 céntimos dos canciones.
Por los labios del tiempo, besos para tocar la vida.

En el Puente de Piedra frente a la estatua del padre Boggiero,
con vistas al Club Náutico y el Pilar,
me encanta darte besos a la francesa.
A la izquierda del Club Náutico siempre imaginé
las bodegas de sangre del Ebro de Miguel Labordeta.
Besos de cierzo, como un kalashnikov
que te parte la cara,
abrazando a una mujer de niebla.
Me recuerda la peli de Leo Carax Les Amants du Pont Neuf,
Juliette Binoche con un parche en el ojo.

Los besos en Zaragoza saben a plazo fijo, a hipoteca de Ibercaja
y chantaje al futuro. A estrellas en el Parque Grande
que estiran sus brazos hacia los hombres
y se suicidan en el Canal Imperial como bonzos.
Besos de Brugal con limón, de penas que aún no tienen nombre,
de luz sin tiempo dentro y promesas vacías
en Salou, la playa de Aragón.

Cualquier banco de una plaza recoleta,
San Felipe, San Pedro Nolasco, Santa Cruz,
son estupendos para poner a prueba mis empastes,
tocarte el alma con la lengua
y tararear un tema de Paul Weller. 22 sueños, por ejemplo.

Zaragoza sabe a besos de cine en el Elíseos
y al ambientador de canela y vainilla
de los váteres de La Luna y el Bacharach.
Besos Casablanca, Lost in Translation, besos Encadenados,
Blade Runner, Cuerpos Ardientes de Lawrence Kasdan…
Besos dentro de un beso. Zaragoza metalingual.

Lo leí en una pared de un bar de Zaragoza:
que cuando peor estemos, como ahora.
Me pedí un gin tonic, la camarera me sonrío.
Yo sonreí y desplegué las alas.
Brindamos por los regalos del presente.


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