Siempre es el mismo pueblo
condenado a la misma cuneta
y sus ofertas turísticas
con visitas guiadas al olvido
y letreros enormes que indican:
¡aquí no pasó nada!
Mientras, esa anciana
que todos ignoran
bajo su pañuelo negro
y su vestido negro
y unos ojos hartos
de regar siempre
la misma pena
-con la mirada en el infinito
porque se prometió
no agachar más la cabeza-
guarda la esperanza
de que alguien
le pregunte
por qué nunca pan,
nunca escuela,
nunca un abrazo,
nunca cerca.
Siempre es el mismo pueblo
y la misma cuneta,
siempre los mismos
cansados de pasar páginas
y heridas que no cicatrizan
y la amnesia que duele
y aún así dignidades
que jamás se perdieron.
Siempre la misma foto
que renace de madrugada
y el mismo espacio
que se interpuso
en la despedida
y la maldita indiferencia
que llevan cargando
demasiados años.
Y es ahí,
en esas cunetas
y en esas batallas
no escuchadas
donde reposa
lo más valeroso
de cada pueblo.
No hagamos
el viaje en balde.
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