(...) Me ha permitido setenta años después ver una parte física de mi abuelo Gerardo, aunque solo sea plasmada sobre un viejo pliego de papel. Sus huesos reposan en la fosa común del cementerio municipal de Oviedo junto a más de 1.600 víctimas de aquella locura.
Se llamaba Gerardo González Iglesias, treinta y cinto años, jornalero, casado con Otilia, mi abuela, quedó viuda con cuatro niños, la mayor mi madre de siete. Llegó a fregar el suelo de los verdugos de su marido y no la dejaban llevar luto porque nuestros muertos no existían.
No eran nadie. Ni si quiera eran muertos.
La memoria de la tierra - Eloy Alonso
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